“Cada maestrillo
tiene su librillo”, y añadimos que también su época, ya que la tecnología
ha avanzado increíblemente en el siglo pasado, y no fue igual para Lewis Edson
Waterman que para la multinacional Newell que hoy continúa produciendo plumas
con su marca.
Pero más o menos hay un patrón lógico que todos siguen:
Si
el metal se aprovisionaba en lingotes, había que laminarlo hasta el espesor deseado. Antes, y siempre para los
flexibles, ya casi al final se descentraban un poco los rodillos para tener la
punta más gruesa que el cuerpo.
Plumín
OMAS elástico (con “flex”). Puede verse que el espesor cerca del punto es más
grueso que en los hombros.
Hoy el metal (oro o acero) se aprovisiona ya en rollos en
una plancha perfectamente calibrada y con el tratamiento metalúrgico deseado,
usualmente en una tira estrecha para minimizar el desperdicio (que se recicla).
En
una prensa, antes manual y hoy controlada por ordenador, se troquelan las “bases” sujetas por útiles
centradores, y salen unos “plumines planos” con su forma, sus grabados varios
y, si lo tiene, el agujero de ventilación.
Otra prensa les da la curvatura y minimiza la deformación en el lado cóncavo que haya
podido quedar de la anterior (puede hacerse en una sola operación de prensa).
Últimamente los grabados pueden ser por láser, lo que es
lamentable porque el haz es más grueso y menos nítido que un buen grabado de troquel.
Plumines Montblanc Meisterstück 145 grabados a prensa (izq.)
y a láser (der. Pix).
Plumines Waterman Laison, L’Etalon (+ Caréne), junto a un
Pilot de acero.
(También
hay algún S.T. Dupont)
Se suelda el punto, que también se
aprovisiona del exterior en bolitas ya calibradas.
Antiguamente de forma lenta y a pura experiencia, con
soplete oxiacetilénico. Hoy en máquinas eléctricas automáticas y atmósfera
inerte, a cadencias muy altas.
Corte
del punto y la ranura. El primero de los dos procesos “serios”.
El disco ha de ser súper-fino, y eso implica delicado. Un
golpe del plumín y hay que parar, cambiar y ajustar un nuevo disco, y el ajuste
ha de ser exacto. Nadie quiere parar, o una ranura descentrada del adorno, ni
pasarse del agujero de ventilación.
Antes cada uno se las apañaba con el disco que podía, y
el Berilio de unas décimas solía ser el escogido. Hoy se puede escoger el
Grafeno con espesor de una centésima de milímetro.
En ambos se adhiere diamante industrial (Bort), el
material más duro existente, o Carborundo (el siguiente), porque recordemos que
hay que empezar cada plumín por una bolita de metal “duro”.
Y cuanto más rápido gire el disco sin fundir al oro,
mejor. No solo los abrasivos funcionan mejor, sino que la propia fuerza
centrífuga rigidiza y alinea al disco. 7.000 r.p.m. parece ser un mínimo, y hay
quien trabaja a 11.000 r.p.m. A mayor diámetro de disco, la velocidad puede
disminuir.
El disco gira siempre “hacia
arriba” y el corte se hace empezando por la parte baja del plumín, que se sujeta
en un útil que permite que vaya avanzando en una trayectoria curva de descenso
hacia el disco (así las posibles rebabas quedan fuera de la zona de escribir).
El chorro de chispas inicial
es espectacular, el acero también las hace, y el oro es muy aburrido.
Todo el mecanismo está
siempre fuertemente aspirado, por limpieza y para recuperación de los metales
valiosos.
El dibujo muestra esquemáticamente el proceso y los
movimientos.
En la foto del centro, corte manual de plumines en
Inoxcrom durante los años ‘60s. La foto es promocional, ya que la operaria real
llevaría bata y protección ocular, y puede que acústica también.
La foto derecha muestra una máquina automática actual del
Museo Montblanc. Puede apreciarse la
multitud de tornillos de ajuste necesarios para conseguir un corte perfecto.
Abajo del útil, el eje que gira todo con el plumín hacia el disco (y su uso
exclusivo: 149)
Pulido
general. En especial del punto, que suele salir tanto con
rebabas de arrastre como microfusiones.
Hay dos formas usuales, y
ambas funcionan bien.
-
Una es la antigua de cáscaras de nuez (si, de nogal), pulverizada y mezclada con abrasivos industriales (tipo
pasta de dientes), batiéndose en una especie de amasadora, donde se añaden los
plumines recién ranurados para que vayan dando tumbos.
- La segunda es más
tecnológica: un “túnel de lavado” con spray abrasivo y discos de tela que
frotan una tanda de plumines en útiles rotatorios.
Antiguamente, Sheaffer’s decía en sus patentes que usaba
baños electroquímicos para retirar las rebabas, ya que la electricidad se
concentra en las puntas. Si bien tiene lógica, hoy ningún fabricante declara
usarlo.
Ajuste
manual del punto. Tras el corte y pulido, las mitades pueden
haber quedado desalineadas. Y hay que cerrar el punto, pues tras el corte las
mitades quedan algo separadas.
Graduación y pulido del punto. El
segundo de los dos procesos “serios”.
Y es siempre manual. Muy especializado.
Foto:
Damiá Onsés
La maquinaria es simple, hasta mínima y básica: un motor
que gira varios discos y cilindros con abrasivos muy finos a velocidad media-baja.
A veces hay discos de fieltro. Eso sí, muy bien centrados para no producir
saltos y vibraciones.
Y una mano experta que sin apretar y sin prisas va
tallando la bolita del punto. Primero los costados, luego la curva base, y
termina quitando las aristas de los bordes (en una especie de “baile de
ochos”). Mira con una lupa de 30x, y repite donde haga falta un poco más, hasta
terminar el punto que venga grabado en el cuerpo.
Por lo demás, se vuelven a inspeccionar, prueban (en seco o en húmedo), lavan,
algunos se pulen (o electro-pulen) para
dar el brillo final, o se llevan a los baños
galvánicos para hacerlos bicolores (que se explicará aparte).
Antes
se hacían plumines por doquier, y cada fabricante respetable se hacía sus
plumines (por ejemplo, Mabie Todd era famoso por sus plumines “Swan” mostrados al principio).
Hoy quedan muy pocos, por prestigio más que por otra
cosa, porque los escasos fabricantes independientes fabrican tantos, tan bien y
tan competitivos, que merecen ser líderes.
Bock.
Plumín equipado de acero bicolor tipo 250 (del catálogo Bock)
Miguel Huineman
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